En el libro de San Mateo, capítulo 15, podemos encontrar la historia de la mujer cananea de gran fe, que, sin ser judía, creyó en Jesucristo como Hijo de Dios y se le acercó para pedir un milagro.
Por: Lights Magazine
No era un milagro cualquiera, era un milagro de salvación y liberación de espíritu para su hija. El versículo 22 afirma que estaba poseída por un demonio.
Jesús y sus discípulos viajaron a la región de Tiro y Sidón (hoy situada en el sur de el Líbano a 21 kms de Israel). Eran dos ciudades ricas con gran influencia por la cultura griega. Cuando llegaron a una casa procuraron que nadie les molestara, sin embargo, la mujer cananea se quedó afuera pidiendo auxilio a Jesucristo para que salvase a su hija a liberarse de ese mal espíritu. Sin embargo, Jesús no respondió al llamado hasta que sus discípulos le rogaron que la corriera del lugar. ¿Te imaginas ser seguidor de Jesús y recibir esa actitud? Pero no hay que juzgar, ellos sabían que era su rey, su Mesías y en algún momento también sólo hemos querido lo mejor para nosotros.
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Jesús, en el versículo 24, le respondió que había sido enviado a salvar a las ovejas de la casa de Israel, nuevamente solo a los judíos, no a los gentiles que eran descritos según los historiadores como “perros” (la más dolorosa descripción que podía hacérsele a una persona en ese entonces). En esta historia, Jesucristo quería conocer la fe de la mujer y qué tan sincera era, porque encontramos en otros relatos que Él dejaba que se le acercaran y tocaran su manto. Un ejemplo que encontramos en Mateo 9:21, es de la mujer que padecía un flujo constante de sangre que pensó dentro de sí ·si tocare su manto seré sana” a lo que Jesús respondió: “Ánimo, tu fe te ha salvado”.
Mujer de Cananea, grande es tu fe
La mujer confiaba en el poder del Hijo de Dios, por lo que se inclinó a él y le suplicó. En Mateo 15:26 Jesús respondió que no estaba bien darle lo mejor a los perros, más ella respondió: “aun así lo que cae de la mesa ellos lo comen”. No quería todo el poder de Cristo, sólo un poco. La confianza y fe en Jesús de aquella mujer, salvaron a su hija en ese instante.
Jesucristo sana a muchos (Mateo 15:29)
Después, en Galilea, Jesús sanó a mucha gente. Entre ellos estaban ciegos, mudos, cojos, mancos, y muchos otros enfermos que estuvieron a los pies de Cristo y Él les sanó. De gran manera que la multitud se maravillaba y alababa el nombre de Dios porque veían el poder de Dios y glorificaban su nombre (versículo 31)
Hoy, los creyentes en Dios siguen pidiendo ver milagros. Tal vez todos queremos ver algo espectacular o sobrenatural para tratar de entender que es Dios quien está detrás de tu petición por sanidad contestada.
¿Cómo lo podemos entender hoy?
Debido a la pandemia que vivimos, lamentablemente casi 2 millones de personas en el mundo han perdido la vida. Sin embargo, también hemos visto milagros de cómo se recuperaron hombres y mujeres que estuvieron muy graves e internados a causa este virus. Últimamente sólo escuchamos de esta enfermedad, pero no olvidemos que hay otros millones de recuperados de cáncer, lupus, infartos, enfermedades crónicas y terminales; no podemos entender por qué Dios sana a unos para mostrar su poder y cómo otros han partido de este mundo cumpliendo su misión y dejándonos un vacío y muchas interrogantes. Lo real es que Dios sigue haciendo milagros, sigue usando a médicos y enfermeros para que a través del conocimiento y sabiduría que les da, pueda seguirnos sorprendiendo.
No confundamos objetos como un “manto milagroso” o un “pedazo de cruz” con el poder de sanidad. La sanidad en la época que estuvo Cristo en la Tierra existía porque fluía a través de su espíritu; hoy es a través del poder del Espíritu Santo en consagración y Dios conoce nuestros corazones. Así es como podemos seguir viendo milagros de sanidad.
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