“Y una mujer, que padecía de hemorragia desde hacía doce años (la cual, aunque había gastado todo su patrimonio en médicos, no pudo ser sanada por nadie), se le acercó por detrás y tocó el borde del manto de Jesús. De inmediato se detuvo su hemorragia. Entonces dijo Jesús: — ¿Quién es el que me ha tocado?”
(Lucas 8:43-48)
Jesús tuvo varios encuentros personales a lo largo de su ministerio, y que aparecen registrados en los santos Evangelios. El mencionado en el pasaje bíblico anterior es, sin lugar a dudas, uno de los más impactantes y conmovedores, donde una mujer sobresale al recibir un gran milagro. Ella fue grandemente bendecida, sanada de su enfermedad y restaurada a la comunión por aquel que, lleno de gracia y de verdad había dicho: “El que a mi viene yo no le echo fuera, y vengan a mi todos los que estén trabajados y cansados que yo os haré descansar”.
Al reflexionar en la experiencia de esta mujer aprendemos que ella pudo acercarse a Jesús y tocar el borde de su manto por las
siguientes razones:
Su condición de necesidad
La condición de esta mujer era de extrema necesidad. Una mujer sin nombre, sí, ciertamente desapercibida a los ojos del hombre pero nunca de la mirada omnisciente e introspectiva de Jesús, el Hijo de Dios. Era una mujer judía considerada impura, con más de 12 años de terrible y penoso padecimiento de hemorragias constantes.
Dice la Biblia que había agotado ya todos sus recursos sin hallar solución alguna para su apremiante necesidad. El sangrado constante que caracterizaba su enfermedad, la había hecho sentirse impura y separada de los demás. No pueden acercarse a ella ni siquiera sus seres queridos. No tiene derecho a un abrazo, no puede estar cerca de su familia y amigos. Qué difícil le resulta vivir así, bajo un régimen legal que la margina, que la considera impura y la excluye. Sola y enferma, está sufriendo sin esperanza pero, gloria a Dios, en Jesús siempre hay esperanza y respuesta para cualquier necesidad por imposible que esta sea. Para Él no hay imposible.
Su confianza en Jesús
Ella al fin, halló la fuente de sanidad inagotable, en un Jesús misericordioso y compasivo, dispuesto a responder a nuestro favor y que por su gracia siempre está atento a nuestra necesidad. Donde hay fe, Él nunca pasa de largo, todo lo contrario, se detiene como el buen samaritano, nos ve con ojos de compasión y con su bálsamo sanador hace hasta lo imposible por sanar nuestras heridas. Él actúa en favor de aquellos que reconocen su debilidad, se humillan ante Él, en aquellos que se deciden a seguirle contra toda corriente adversa y en aquellos que actúan, que se mueven hacia Él conforme a su fe, aunque todo parezca imposible. Así es. La bendición de Dios viene sobre los que reconocen, deciden y actúan.
Entre la multitud ella empieza a moverse en fe
Una mujer con un rostro avergonzado. Con su andar tan frágil y tambaleante pero que con sus ojos está buscando ansiosamente ver y tocar a Jesús. Ya había declarado su fe: “Si tan solamente tocare el borde de su manto seré sana”.
Avanza con ojos tristes de soledad y vergüenza, pero brillando de tanta esperanza. Caminando en medio de aquellos que integran una sociedad de “limpios y puros”, que atropellan a los demás. Nadie piensa en ella, una entre tantas. Anónima y real. ¿Qué motivos han causado tal intrepidez? ¿Qué le ha llevado a aquella mujer sin rostro a introducirse entre las personas de su pueblo, sólo para tocar a Jesús? Claro está, es alguien que sufre. Se encuentra enferma. Es una mujer inmunda conforme a la ley. Padece de un flujo de sangre que no se detiene. ¡Cuánto dolor y marginación ha causado esta situación en su vida! Pero ella oyó claramente decir de Él: “Al que cree todas las cosas le son posibles, conforme a su fe así será hecho”, y puso en obra su fe.
Su contacto con Jesús
Ella venció los pretextos, que nunca faltan cuando no se quiere acercarse a Dios. Pero ella se decidió, caminó, se acercó, puso su fe en acción y tocó a Jesús. Un poder milagroso e inmediato sale de Jesús en ese toque, de tal manera que ella de inmediato fue sanada. Jesús pregunta quién lo ha tocado. Sabe que una fuerza virtuosa y sanadora ha fluido de Él, pero desea que esa curación sea reconocida y testificada públicamente. Ella debe hablar y decir lo que ha sucedido. Y así lo hace frente a todo el pueblo. Ella, la excluida, la marginada, es ahora el centro de todas las miradas. Pareciera que hay silencios que deben terminar. Jesús deja en evidencia que debe romper con el miedo, fruto de la represión de las leyes que la marginan. La mujer, no sólo recupera su salud, sino su dignidad. Jesús está dispuesto a escucharla. Todos deben hacerlo. Se ha dejado tocar por ella y ahora la sitúa, al descubierto, de cara a todos. Ella tiembla, se muestra estremecida frente al poder real que ha experimentado y constatado para postrarse ante Él, recibiendo la verdadera paz que solo viene de Dios por la fe en Jesús.
¿Quién está dispuesto a tocar el manto de Jesús?
Apreciable lector: te invito a que hoy te acerques y toques con tu fe a Jesús, que creas que Él te ama, que Él murió, que resucitó y vive, que está a la diestra de Dios intercediendo por ti. Cree que Dios es un Dios de oportunidades. Omnisciente, Omnipresente y Omnipotente.
Él te habla y te dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida y nadie viene al Padre sino por mí”. Acepta hoy a Cristo como tu Salvador y experimentarás el más grande milagro en tu vida: la salvación de tu alma.